jueves, 30 de abril de 2009

Patrimonio de la Humanidad.

Aunque haya dejado de tener una intensidad comparable a la que había cuando se destapó siguen cayendo peperos por la trama de corrupción generalizada que había en Madrid y Valencia. Decenas de personas se van a ver pringados, entre ellos algunos aforados: si bien la trama no ha tocado a la presidenta de la Comunidad de Madrid ha hecho mucho daño entre su Consejo de Gobierno y se ha llevado por delante a la mitad del Ejecutivo valenciano. Camps, al parecer, no volverá a presentarse a las elecciones.

Y esto me induce a una reflexión: en los ’80 y ’90 el Gobierno de Felipe González, anquilosado y sobredimensionado, gozador de mayoría absoluta y acaparador del poder durante toda su etapa, se convirtió en un nido de corrupción que déjelo usted ir. Basta mirar cualquier medio de información general de la época (“El Mundo”, “El País”, “El Jueves”) para comprobar que hasta los medios afines al Gobierno se veían obligados a hablar de las continuas –casi diarias- corruptelas.

Esto permitió a ciertos sectores de este país esbozar una idea que caló en los cerebros de la gente y que, más o menos, se resume así: “Izquierda = corrupción; derecha = honestidad”. Pues bien: gracias a toda la trama Gürtel esta concepción está saltando por los aires. Y debemos felicitarnos por ello, porque identificar una ideología con más o menos corrupción es un reduccionismo ridículo: la izquierda no es más corrupta que la derecha; la derecha no es más corrupta que la izquierda.

En todas partes cuecen habas. Hay alcaldes corruptos y hay funcionarios de ínfima categoría honestos. Las personas no roban por principios, por evitarse un escándalo, por dar una imagen limpia, para poder denunciar con tranquilidad los escándalos de los otros, por mil razones. Los hay que roban sólo si les pasa el dinero por delante, pero también existen otros que montan una gigantesca trama para llevárselo crudo; los hay que sobornan y los hay que se dejan sobornar, pero también existen funcionarios que no aceptan dádivas. Y luego, de todos estos, algunos votarán al PP, otros al PSOE, otros a IU y otros a los nacionalistas periféricos.

La corrupción no depende de la ideología. Es un mal endémico de la Humanidad que debemos luchar por erradicar.



sábado, 18 de abril de 2009

SICE

A la llegada no estaba yo muy convencido. ¿Una simulación del Congreso de los Diputados, a la que asistían los más fachas de mi clase y ninguno de mis amigos? ¿Qué hacía yo allí? Nada, pensaba. Y más cuando vi el hostal: si alguna vez os dan a elegir entre alojaros en el Olé en Sevilla y que os golpeen con un cenicero y os tiren al río elegid la segunda opción. Es más rápida.

Pero esa noche empezaron ya las cosas concretas. En los Reales Alcázares, donde era la cena de presentación, mi partido –la Coalición de Izquierdas- me encargó ya un trabajo: prepararme para hablar a favor de la admisión a trámite de una de las leyes planteadas, la más impopular por aburrida, y a la que me ofrecí voluntariamente en un ejercicio de inmolación.

Y empezó la vorágine. Me vi arrastrado por el SICE, y esto es literal. Discursos ante el Pleno para lograr la admisión a trámite, trabajo en comisión, reuniones y conciliábulos buscando aislar a ALCE (Alianza Liberal-Conservadora Española) y a los transversalistas, preguntas, “¿hasta donde puedes transigir?”, “no cederé en el derecho foral pero puedo transigir en la lengua”, discursos, aplausos, pataleos, abucheos, espantás de diputados, llamadas, mi Proposición No de Ley sobre laicismo, mítines disfrazados de debates entre políticos profesionales...

¿Y qué me queda? Me queda una experiencia emocionante e interesante a más no poder. Me quedan conocimientos prácticos de política. Me queda el recuerdo de haber subido al estrado ante 210 personas para someterme a sus preguntas sobre por qué sería bueno favorecer el laicismo. Me queda una relación más profunda con personas que ya conocía y nuevas amistades. Me queda mi candidatura a mejor orador del SICE y mi tercer puesto, obtenido frente a dos oradores profesionales. Y me queda mi puesto en el COSICE (Comité Organizador del SICE) como delegado ante la UAM, con los cometidos de dar a conocer el evento para el año que viene, entrando en tratos con las instituciones universitarias si es necesario.

El SICE me ha absorbido. Recargando para 2010...

lunes, 13 de abril de 2009

Es mi guerra

¿Sabes? Mírala, podría parecerte indefensa, acorralada, tal vez buscando un gesto de ayuda. En realidad es una trampa mortal. Aquel que se acerque a ella por curiosidad o misericordia tan solo encontrará de vuelta mordiscos y arañazos. Y sin embargo, los infelices se matan por recibir esas muestras de desprecio. Ella los aprisiona, los estrangula, rodea sus cuerpos anhelantes de no se sabe qué hasta que apenas pueden respirar.Ellos creen que es... ¿un regalo? De los dioses, el cielo. Bah, infelices, es un presente del infierno. Disfruta haciéndoles éso. Mírale, ahí va otro: se acerca, pregunta. Ella sonríe. Hipócrita. Sé lo que pasará a continuación. Oh sí, lo sé muy bien. Puedo ya oír los gritos de angustia, de dolor, de ansiedad, de extenuidad. Los aullidos que indican la muerte de la voluntad del desdichado.Ella está sonriendo ahora, mírala, se retira los cabellos del rostro, ese rostro tan hermoso. Juguetea con su sortija. Desvía la mirada. Animal salvaje convertido en niña indecisa. Protégeme, parece decir. Y él, con su imbécil naturaleza, le hará caso. Estúpido, estúpidos.
Me pregunto si siempre ha sido así. Quiero decir... ¿siempre ha sentido el hombre esa fascinación tan terrible por el dolor? Ella no es una diosa, no, desecha esa idea: es un monstruo. Un monstruo de caderas bonitas y sonrisa complaciente, que pestañea cuando tiene que hacerlo y sonroja sus mejillas en el momento adecuado. En el fondo, ella es una egoísta. Tan solo busca su propio beneficio personal. A veces he llegado a pensar que se alimenta de ellos, uno y detrás otro, y otro, y así hasta el infinito. Que millones de ellos no son suficientes. Los muy estúpidos, los muy idiotas. Si pensaran un poquito más llegarían a darse cuenta de la verdad. Pero no, la sangre se les va a otras partes de su fisionomía y se quedan incapacitados para tomar decisión alguna.
Luego reirán, intentarán reparar la vergüenza diciendo que fue muy fácil, que ella se rindió enseguida, que consiguieron justo lo que querían. Mentira, no puede ser más mentira. Si con tan solo oler su perfume se ciegan, dejan de observar. Huele a... a selva húmeda y a flores abriéndose, a miel derramada, a esencia de todo lo prohibido. Nada que ellos puedan aspirar a poseer nunca. Nunca jamás. Es al revés, es ella quien los posee. Pobres desdichados. El monstruo se crece, se crece. Se alumenta de sus frutos, frutos maduros. Y crece, crece vitalmente. Se desenvuelve en formas sinuosas y movimientos agradables. Demasiado agradables. Trampa mortal para incautos.

Pero mírala, qué hermosa...

viernes, 10 de abril de 2009

¡Ahí va, qué cirio!


Oye, y parece que no, pero es Semana Santa. Digo que parece que no porque –y esto es ironía- no nos están dando una brasa increíble con pasos, señores vestidos de morado, lazos blancos, personas cantando saetas, obispos dando salidas de pata de banco, gente no creyente que carga pasos a saber por qué, miradas horrorizadas cuando uno dice que esos espectáculos le aburren y demás vainas propias de estas fechas.

Y, por supuesto, siempre tienen que salir los gilipollas. No me refiero a la Iglesia y a su maravillosa campaña de lazos blancos en procesiones sino a pequeños grupos de gente, autodenominada de izquierdas, que afirma que deberían prohibirse estos circos. A lo cual yo me pregunto, ¿por qué? Es decir, la libertad de cultos está protegida en el artículo 16 de nuestra Constitución, y es obvio que el Estado debe proteger todos los ritos de cada culto porque si no el derecho no es efectivo. Pero es que además cargar una imagen religiosa está, a su vez, amparado por otra libertad, la de reunión, recogida claramente en el artículo 21.

Sería un atentado gravísimo contra los derechos fundamentales prohibir esas procesiones, por mucho que algunas de las cofradías hayan decidido colocarse lazos blancos en señal de protesta –por otro lado perfectamente válida y legítima, aún más atendiendo a lo delicado del asunto- por la reforma de la Ley del Aborto. Así pues: prohibir las procesiones no, antes bien, protegerlas.

Pero, y esto también hay que tenerlo muy claro, aquí se acaban los deberes del Estado respecto de las cofradías. Así, sigo estando en contra de que se las subvencione (se subvenciona a la Iglesia, ¿no? Pues eso) y por supuesto abogo totalmente por la inmediata disolución de las cofradías de personas que trabajan para el Estado, es decir, las que están formadas por una determinada unidad de trabajo –brigadas, escuadrones, regimientos... no sé cómo se llaman- del Ejército o de la Guardia Civil. Si esas personas, en su vida privada, quieren montar una cofradía, estupendo, están en su derecho. Pero que vayan como representantes del Estado a cargar una imagen, que mientras lo están haciendo suene el Himno Nacional –es decir, el himno constitucional de un país que agrupa a personas con decenas de sensibilidades morales diferentes- y que los compañeros que se niegan o que directamente lo impugnan es totalmente contrario a la separación entre Iglesia y Estado que, se supone, consagra nuestra Constitución.