Aunque haya dejado de tener una intensidad comparable a la que había cuando se destapó siguen cayendo peperos por la trama de corrupción generalizada que había en Madrid y Valencia. Decenas de personas se van a ver pringados, entre ellos algunos aforados: si bien la trama no ha tocado a la presidenta de la Comunidad de Madrid ha hecho mucho daño entre su Consejo de Gobierno y se ha llevado por delante a la mitad del Ejecutivo valenciano. Camps, al parecer, no volverá a presentarse a las elecciones.
Y esto me induce a una reflexión: en los ’80 y ’90 el Gobierno de Felipe González, anquilosado y sobredimensionado, gozador de mayoría absoluta y acaparador del poder durante toda su etapa, se convirtió en un nido de corrupción que déjelo usted ir. Basta mirar cualquier medio de información general de la época (“El Mundo”, “El País”, “El Jueves”) para comprobar que hasta los medios afines al Gobierno se veían obligados a hablar de las continuas –casi diarias- corruptelas.
Esto permitió a ciertos sectores de este país esbozar una idea que caló en los cerebros de la gente y que, más o menos, se resume así: “Izquierda = corrupción; derecha = honestidad”. Pues bien: gracias a toda la trama Gürtel esta concepción está saltando por los aires. Y debemos felicitarnos por ello, porque identificar una ideología con más o menos corrupción es un reduccionismo ridículo: la izquierda no es más corrupta que la derecha; la derecha no es más corrupta que la izquierda.
En todas partes cuecen habas. Hay alcaldes corruptos y hay funcionarios de ínfima categoría honestos. Las personas no roban por principios, por evitarse un escándalo, por dar una imagen limpia, para poder denunciar con tranquilidad los escándalos de los otros, por mil razones. Los hay que roban sólo si les pasa el dinero por delante, pero también existen otros que montan una gigantesca trama para llevárselo crudo; los hay que sobornan y los hay que se dejan sobornar, pero también existen funcionarios que no aceptan dádivas. Y luego, de todos estos, algunos votarán al PP, otros al PSOE, otros a IU y otros a los nacionalistas periféricos.
La corrupción no depende de la ideología. Es un mal endémico de la Humanidad que debemos luchar por erradicar.
Y esto me induce a una reflexión: en los ’80 y ’90 el Gobierno de Felipe González, anquilosado y sobredimensionado, gozador de mayoría absoluta y acaparador del poder durante toda su etapa, se convirtió en un nido de corrupción que déjelo usted ir. Basta mirar cualquier medio de información general de la época (“El Mundo”, “El País”, “El Jueves”) para comprobar que hasta los medios afines al Gobierno se veían obligados a hablar de las continuas –casi diarias- corruptelas.
Esto permitió a ciertos sectores de este país esbozar una idea que caló en los cerebros de la gente y que, más o menos, se resume así: “Izquierda = corrupción; derecha = honestidad”. Pues bien: gracias a toda la trama Gürtel esta concepción está saltando por los aires. Y debemos felicitarnos por ello, porque identificar una ideología con más o menos corrupción es un reduccionismo ridículo: la izquierda no es más corrupta que la derecha; la derecha no es más corrupta que la izquierda.
En todas partes cuecen habas. Hay alcaldes corruptos y hay funcionarios de ínfima categoría honestos. Las personas no roban por principios, por evitarse un escándalo, por dar una imagen limpia, para poder denunciar con tranquilidad los escándalos de los otros, por mil razones. Los hay que roban sólo si les pasa el dinero por delante, pero también existen otros que montan una gigantesca trama para llevárselo crudo; los hay que sobornan y los hay que se dejan sobornar, pero también existen funcionarios que no aceptan dádivas. Y luego, de todos estos, algunos votarán al PP, otros al PSOE, otros a IU y otros a los nacionalistas periféricos.
La corrupción no depende de la ideología. Es un mal endémico de la Humanidad que debemos luchar por erradicar.